lunes, 28 de noviembre de 2016

VICTORIA COLONNA

Victoria Colonna, marquesa de Pescara, fue una poetisa e influyente intelectual del Renacimiento italiano.
Era hija de Fabrizio Colonna, de la noble familia romana de los Colonna, y de Agnese di Montefeltro, descendiente de la familia ducal de Urbino. Los Colonna, aliados de la familia Dávalos, concertaron el matrimonio de Vittoria con Francisco Fernando de Ávalos, noble napolitano de origen español, cuando era todavía una niña. Vittoria y Francesco se casaron el 27 de diciembre de 1509 en Ischia, en el Castillo Aragonés. Aunque el matrimonio había sido dispuesto para servir a los intereses de sus respectivas familias, resultó bien desde el punto de vista sentimental. Sin embargo, no pudieron pasar mucho tiempo en Ischia, donde se habían establecido, ya que Francesco Ferrante debió partir a la guerra, a las órdenes de su suegro, para combatir a favor de España contra Francia. Fue hecho prisionero en la batalla de Rávena, en 1512, y deportado a Francia. Durante el tiempo en que Francesco fue prisionero, él y su esposa mantuvieron una apasionada correspondencia.

Más adelante se convirtió en oficial del ejército de Carlos V y fue gravemente herido en la batalla de Pavía, el 24 de febrero de 1525. Vittoria corrió a reunirse con él en Milán, pero antes de llegar le sorprendió la noticia de su fallecimiento en Viterbo.

Cayó en una depresión, llegando incluso a pensar en el suicidio, pero la superó con la ayuda de sus amigos. Durante esta época escribió sus Rimas espirituales. Tomó la decisión de retirarse a un convento en Roma, e hizo amistad con varios eclesiásticos que trataban de impulsar una corriente reformista dentro de la Iglesia Católica, entre los cuales se encontraba el español Juan de Valdés.

















Unos de sus poemas fue "Recuerdos de su esposo".

 De mi sol claro, con la muerte ciego,
 aquí miro doquier las dulces huellas;
 ciego no; más allá de las estrellas
 arde con luz más clara y vivo fuego.

 Aquí vencido de mi amante ruego,
 él me mostró sus cicatrices bellas,
 y yo mis labios estampaba en ellas,
 y las bañaba de mi llanto el riego.

 Sus brillantes victorias me contaba
 y el modo y la ocasión con la serena
 faz con que abría la contienda brava;

 de llanto rompo en dolorosa vena,
 pues lo mismo que un tiempo me alegraba
 me causa ahora inconsolable pena.

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